De la famosa gesta de San Jorge y el dragón hay tantas versiones como lugares de veneración.
En Cataluña se cuenta esta leyenda de Sant Jordi:
Según la tradición, la villa de Montblanc estaba siendo aterrorizada por un colosal dragón. La bestia se había instalado a las afueras del pueblo, infectando el aire y el agua con su aliento apestoso y causando estragos entre el ganado. En su búsqueda de alimento, cada vez se aproximaba más a las murallas, por lo que los vecinos tuvieron que buscar una forma de mantenerlo apartado.
Empezaron dándole de comer ovejas; cuando éstas se acabaron, siguieron con los bueyes, y luego con los caballos. Y por fin no tuvieron más remedio que sacrificar a los propios habitantes. Se metieron los nombres de todos en un puchero, también el del rey, y el de su hija la princesa, y cada día una mano inocente decidía quien moriría la mañana siguiente. Y una tarde la escogida fue la princesa.
Dicen unos que el rey lloró y suplicó a sus súbditos por la vida de su hija, pero que de nada le sirvió, ya que no era el único padre desconsolado. Cuentan otros que el rey entregó a su hija con valentía y entereza. Sea como fuere, la joven salió de las murallas y se dirigió hacia su triste destino.
Cuando el terrible dragón avanzaba hacia ella, surgió entre la bruma un hermoso caballero vestido de blanco sobre un caballo blanco que arremetió contra la bestia. El animal, herido, se sometió al caballero, que le ató al cuello un extremo del cinturón de la princesa. La dama tomó el otro extremo del cinturón y, para pasmo de los pobladores de Montblanc, condujo al dragón como a un perrito hasta la puerta de la ciudad. Allí, a la vista de todos, el caballero remató a la bestia de un certero golpe de lanza.
Dicen unos que el dragón se fundió y fue absorbido por la tierra. Cuentan otros que un gran charco de sangre se formó a los pies del caballero. Sea como fuere, en aquel mismo instante creció un rosal y de sus ramas brotaron rojas rosas. Jorge, o Jordi, o George, o Giorgios, que es como se llamaba el caballero, obsequió a la princesa con una de esas rosas.
Semejante gesta hizo que el santo caballero alcanzase fama y popularidad durante la Edad media, y que fuera escogido patrón de la caballería y la nobleza.
La Feria de rosas
No se sabe con certeza cuándo se empezaron a regalar rosas el día de Sant Jordi. Hay constancia de que en el siglo XV, en Barcelona, era costumbre entre la nobleza acudir a misa a la capilla de Sant Jordi, en el Palacio de la Generalitat, y de que en esa misma plaza se celebraba la Fira de roses (Feria de rosas), una vieja fiesta en la que los hombres regalaban rosas como prueba de amor, un antecedente del actual San Valentín.
Probablemente el origen de la Fira esté en las ofrendas florales que los romanos hacían en mayo, con ocasión de los fastos de la diosa Flora. La rosa roja simboliza la pasión, y la espiga que a veces la acompaña, la fertilidad.
La rosa se unió a Sant Jordi, y hoy en día perdura la costumbre de regalar una rosa con una espiga. Y además, un libro.
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